Con las ascuas acosando el monte, falta tiempo para calcular la magnitud del desastre, pero se puede aproximar que han ardido los cuatro costados de la comarca y podrían haber sido arrasada si los vecinos no hubieran parado las llamas a las puertas de sus casas. Han pasado las fiestas de la Encina, los incendios se han apagado y, ahora, es momento de no olvidarse de lo que pasó.
Está claro que el operativo de la Junta, denunciado previamente por falta de medios humanos y organizativos por parte de organizaciones sindicales, sociales y políticas, ha fallado. Afloran aquí las consecuencias de un modelo privatizado, en el que la gestión del servicio recae en más de 30 empresas cuya meta de maximizar beneficios. Se cumple a base de recortar en lo posible los medios a utilizar. Un reino de taifas, en el que empresas privadas compiten entre sí dejando de lado uno de los principios de un servicio público: el cuidado de lo común. Todo ello con la aprobación de la Junta del PP, con la colaboración de Vox, en su papel de celestinos al servicio de los intereses del gran capital, mientras las clases populares perdían su patrimonio individual y colectivo.
Pero también ha fallado
un modelo productivo y comunitario sostenido en un éxodo rural que tiene
poblaciones agonizando desde hace décadas. Se queja la derecha de salón de las
trabas burocráticas "para desbrozar", pero pocos se ofrecen para ser
responsables de tales tareas. Es este un mantra con el que sectores del poder
restan importancia al abandono sistemático de la tierra y un minifundismo que
ha canibalizado cualquier aprovechamiento de la misma. Los intentos de poner la
tierra a producir fuera de la lógica del gran capital son automáticamente
sometidos a escarnio, evitando también la alusión a los problemas ambientales y
sociales con falsos debates sobre agenda 2030 o los ecologistas. Se entierra
así un problema que nos persigue: la dejadez de lo común y el olvido del mundo
rural cuando este no entra en los intereses de los grandes empresarios.
Y para no abordar tales
problemas, las fuerzas institucionales
invierten millones de euros de fondos- que bien podían haberse destinado
a los males comentados anteriormente- en banalidades como la Zona de bajas
emisiones de Ponferrada que se suponía útil para avisar de los episodios de
contaminación pero se apagó cuando los incendios forestales dieron la vuelta a
la calidad del aire. Echan así una capa de barniz que aporta falsa modernidad a
una región que ya no importa al poder, porque todo lo que tenía valor en ella
se lo han llevado. Por eso en el norte de la comarca el negro de los incendios
se acomoda entre el negro de los cielos abiertos, hacia el sur arde el monte
entre las pizarreras, mientras que por el oeste pasa por encima de pueblos
enteros, sin nadie que lo frene. El caso más representativo de este trato es el
que viven las Médulas, donde ahora lloran incluso los monarcas de cartón, pero
no hace mucho era trilladas para hacer rutas ciclistas por encima de canales
romanos, aún con la opinión negativa de los expertos en patrimonio. Un espacio
con infraestructuras vacías de contenido del que sólo se espera turismo
intrusivo, de foto rápida, sin bajar del coche. Querían convertir la comarca en
un parque temático y la han dejado como una escombrera.