
Hoy se hace más necesario que nunca echar nuestra vista atrás, al origen
de las luchas y al origen de quienes las protagonizaron. En sus inicios quienes
comenzaron a luchar por sus derechos eran las marginadas, las sin techo, las
personas totalmente excluidas del sistema. Hoy el mismo sistema de producción
capitalista que expulsó a esas personas se erige como un sistema inclusivo,
tolerante en pro de sus derechos. La apropiación del sistema capitalista de
parte del colectivo LGTBI, o más concretamente del colectivo gay, no es más
sino una estrategia de anulación de la capacidad reivindicativa y transformadora
del mismo. Es también una nueva fuente de discriminación entre aquellas
personas dentro del colectivo que tienen acceso al nivel de consumo exigido y
aquellas que no, la división del colectivo oprimido también es una estrategia
de dominación.
Esta estrategia de división también ha afectado a las mujeres dentro del
colectivo LGBTI y a las propias relaciones entre este y el feminismo. Las
mujeres han sido invisibilizadas, en el mejor de los casos, expulsadas en el
resto de este movimiento. El patriarcado opera en todos los ámbitos de nuestra
vida y el colectivo LGBTI no es ajeno a ello. Pero sin feminismo no hay orgullo
porque la heterosexualidad impuesta hunde sus raíces en el sistema patriarcal.
En este mismo sistema tiene su origen el binarismo que clasifica a las personas
en mujeres y hombres y expulsa a todas las demás, a quienes no se sienten
identificadas en ninguna de estas categorías, construidas socialmente e
impuestas estructuralmente.

Por ello solo desde una práctica feminista de clase seremos capaces de
construir una sociedad donde nadie quedemos excluidas ni nadie seamos
discriminadas.